jueves, 26 de diciembre de 2013

Estoy del otro lado.


Antonio no cerraba la puerta.
No entendía cómo un pie se ponía delante del otro y cómo un cerrojo se llenaba con una llave.
Cómo el sonido irrumpería en la sala grande y que lo que vendría luego era primavera y no penumbra como él tanto temía.
Antes de cerrarla quería decidir nunca más volver a abrirla y eso fue lo que más le costó. Pasó días viendo lo que había tras ella, días y días en días.
No hubo tiempo para observar las oscilaciones que lo llevaron al frontis de la marquesina más alta que le había tocado cruzar, pero si hubo tiempo para vizualizar todo lo que traería al atravesar la puerta, lo que llevaría y lo que dejaría.
Si hubo un acto valiente de su parte, fue por lo menos no cerrar la puerta de frontón. Quiso abrazar la nostalgia para poder seguir adelante. Se aferró.
Muchas veces durmió en el dintel, muchas horas gastó tiempo dejando bien atados sus zapatos. Quizá fue mucho el tiempo que pasó hasta el día de hoy.
Pasaron tantos destellos por el mosaico de la ventana de la puerta, remolinos que no lograban llegar a los ojos de Antonio. 
Pero en su última rememorancia, sintió de vuelta la brisa fresca, la inquietud y el color de su propio corazón.
Muchos le apresuraron, pero hubo una que la esperó.
Alicia esperó en la puerta, se apoyó en el dintel, se durmió en la marquesina y por sobretodo sujetó firmemente la llave, hasta que la dejó en manos de Antonio.
Entonces Antonio tuvo la llave en la mano y también a Alcia en la otra mano. Estaba lleno. Y el cerrojo pronto giró, giró y giró, hasta que en un largo pestañeo por fin: Se cerró.